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PERIODO TERRESTRE - REVOLUCION TERRESTRE

EPOCA ATLANTIDA

RAZAS

1. Rmoahals

Se había desarrollado en un promontorio de Lemuria y se estableció en el sur de la Atlántida, en una zona húmeda y cálida poblada por enormes animales antediluvianos que habitaban vastos pantanos y bosques sombríos. Algunos de sus restos se han encontrado en las minas de hulla. Era una raza gigante y guerrera de color caoba que actuaba bajo el efecto de fuertes impresiones colectivas. Su nombre procedía del grito de guerra con el que se reunían las tribus y con el que aterrorizaban a sus enemigos. Los jefes creían actuar bajo fuertes impulsos procedentes del exterior que los invadían en ondas poderosas y los empujaban a conquistar nuevos territorios. Pero una vez que la expedición terminaba estos caudillos improvisados volvían a entrar en la masa y todo se olvidaba. Careciendo de memoria y de cualquier clase de estrategia, los Rmoahalls fueron tempranamente vencidos, rechazados o sometidos, por las demás ramas de la raza atlante.

2. Tlavatlis

Los Tlavatlis eran del mismo color que sus rivales. Era una raza activa, flexible y astuta que prefería las ásperas montañas a las fértiles llanuras. Se acantonaban en ellas como en una fortaleza y las hacían servir de base de apoyo para sus incursiones. Este pueblo desarrolló la memoria, la ambición, la habilidad de los jefes y un rudimentario culto de los antepasados. Pese a tales innovaciones, los Tlavatlis no desempeñaron en la civilización atlante sino un papel de segundo orden. Aunque por su cohesión y por su tenacidad se mantuvieron sobre el viejo continente mucho más tiempo que los demás. Su último territorio, la isla de Poseidonis, estuvo poblada sobre todo por sus descendientes. Scott Elliot ve en los Tlavatlis los antepasados de la raza dravídica que todavía hoy se encuentra en el sur de la India.

3. Toltecas

La civilización atlante fue llevada a su apogeo por Toltecas cuyo nombre reencontramos entre las tribus mexicanas.
Era un pueblo de tinte cobrizo, de gran talla y de rasgos fuertes y regulares. Unían al valor de los Rmoahalls y a la flexibilidad de los Tlavatlis una memoria más fiel y una profunda necesidad de venerar a sus jefes. Fueron honrados el anciano sabio, el guerrero intrépido, el rey afortunado. Las cualidades transmitidas voluntariamente de padres a hijos se transformaron en principio de la vida patriarcal y la tradición se implantó en la raza. Así se estableció una realeza sacerdotal. Realeza que tenía su fundamento en una sabiduría conferida por seres superiores que poseían dones de videncia y adivinación, herederos espirituales del Manú primitivo de la raza. Durante muchos siglos su poder fue grande. Le venía de un singular entendimiento entre ellos mismos y de su comunión instintiva con las jerarquías invisibles. Este poder se ejerció mucho tiempo felizmente. Amurallado en su misterios, dicho poder se rodeó de una majestad religiosa y de una pompa masiva adecuada a esta época de sentimientos simples y sensaciones fuertes.

Los reyes toltecas habían edificado la capital del continente en el fondo del golfo formado por la Atlántida, aproximadamente a 15° al norte del ecuador. Ciudad reina, simultáneamente fortaleza, templo y puerto de mar. En ella la naturaleza y el arte rivalizaban para conseguir algo único. Se alzaba, por encima de una fértil llanura, sobre una altura boscosa, último contrafuerte de una gran cadena de montañas que la rodeaba con un circo imponente. Un templo de pilastras cuadradas y robustas coronaba la ciudad. Sus paredes y su techo estaban cubiertos por ese metal especial al que Platón llama oricalco, especie de bronce de reflejos dorados y plateados, lujo preferido de los atlantes. Las puertas de este templo se veían brillar de lejos, por lo que se la conocía con el nombre de ciudad de las puertas de oro. La mayor singularidad de la metrópoli atlante tal como nos la describe el autor del Timeo consistía en su sistema de irrigación. En un bosque detrás del templo manaba a grandes borbotones una fuente de agua clara que parecía un río vomitado por la montaña. Su origen era un depósito y un canal subterráneo que traía la masa líquida desde un lago de las montañas. El agua se despeñaba en cascadas que formaban tres círculos de canales alrededor de la ciudad, los cuales le servían simultáneamente para beber y para defenderse. Si hemos de creer a Platón, en los altos diques de arquitectura ciclópea que protegían los canales había estadios, campos de carreras, gimnasios, e incluso una ciudad especial reservada a los visitantes extranjeros que la ciudad albergaba.

Mientras duró la primera época de florecimiento de la Atlántida, la ciudad de las puertas de oro fue el punto de mira de todos sus pueblos, y el templo, símbolo refulgente y centro animador de su religión. En él se reunían anualmente los reyes federados. El soberano de la metrópoli los convocaba para dirimir las diferencias entre los pueblos de la Atlántida, para deliberar sobre sus intereses comunes, y para decidir la paz o la guerra con losenemigos de la federación. La guerra entre ellos estaba severamente prohibida y todos los demás debían unirse contra el que rompía la paz solar.

Las deliberaciones se acompañaban de ritos graves y religiosos. En el templo se alzaba una columna de acero en la que estaban grabados, con los caracteres de la lengua sagrada, las enseñanzas del Manú fundador de la raza y las leyes dictadas por sus sucesores a lo largo de los siglos. Dicha columna estaba coronada por un disco de oro imagen del sol y símbolo de la divinidad suprema. Entonces el sol no atravesaba sino muy rara vez la envoltura nubosa de la tierra. Y el astro rey se veneraba tanto más cuanto que sus rayos apenas acariciaban la cima de las montañas y la frente del hombre. Al llamarse hijos del sol los reyes federados querían decir que su sabiduría y su poder les venían de la esfera de este astro. Las deliberaciones estaban precedidas por toda clase de purificaciones solemnes. Los reyes, unidos por la oración, bebían en copa de oro un agua impregnada del perfume de las más raras flores. El agua se llamaba el licor de los dioses y simbolizaba la inspiración común. Antes de tomar una decisión o de formular una ley dormían una noche en el santuario. Por la mañana cada cual contaba su sueño. A continuación, el rey de la ciudad-reina trataba de unir todos estos rayos para sacar de ellos la luz que guía en la acción. Solo entonces, cuando todos estaban de acuerdo, se promulgaba el nuevo decreto. Así pues, durante el apogeo de la raza atlante, una sabiduría intuitiva y pura se derramaba desde lo alto sobre pueblos primitivos. Caía sobre ellos como el río de las montañas que rodeaba la ciudad con sus aguas límpidas diversificándose después en canales por la llanura fértil. Cuando uno de esos reyes iniciados compartía la copa de oro de la inspiración con sus súbditos preferidos, éstos tenían el sentimiento de beber un licor divino que vivificaba todo el ser. Cuando el navegante se aproximaba a la orilla viendo brillar desde lejos el techo metálico del palacio solar, creía ver salir un rayo de sol invisible del templo que coronaba la ciudad de las puertas de oro.

4. Turanios

El desarrollo de la riqueza material bajo los reyespontífices de la raza Tolteca había de tener su contragolpe fatal. Junto a la conciencia creciente del yo se despertaron el orgullo y el ansia de poder. La primera erupción de malas pasiones se produjo en una raza aliada de los toltecas. Era una raza de color amarillo negruzco con mezcla de Lemurianos. Los Turanios de la Atlántida fueron los antepasados de los turanios de Asia y los padres de la magia negra. A la magia blanca, trabajo desinteresado del hombre en armonía con las potencias de lo alto, se opone la magia negra, llamamiento a las fuerzas de abajo el impulso de la ambición y la lujuria. Los reyes turanios quisieron dominar y gozar aplastando a sus vecinos. Rompieron el pacto fraternal que los unía a los reyes toltecas y cambiaron el culto. Fueron instituidos sacrificios sangrientos. En vez de beber el licor de inspiración divina se bebió la sangre negra de los toros, evocadora de influencias demoníacas.

Así fue la primera organización del mal: ruptura con la jerarquía de lo alto, pacto concluso con las fuerzas de abajo. Siempre alumbró anarquía y destrucción puesto que es la alianza con una esfera cuyo principio mismo es la destrucción y la anarquía. En ella cada cual quiere aplastar al otro para beneficio propio. Es la guerra de todos contra todos, el imperio de la codicia, de la violencia y del terror. El mago negro no sólo se relaciona con las fuerzas perniciosas que son el desperdicio del cosmos, sino que crea otras nuevas mediante las formas-pensamiento de las que se rodea, formas astrales inconscientes que se transforman en sus fantasmas y tiranos crueles. Paga el placer criminal de oprimir y explotar a sus semejantes tranformándose en esclavo ciego de verdugos mucho más implacables que él mismo: los fantasmas horribles, los demonios alucinatorios, los falsos dioses que ha creado. Esta fue la esencia de la magia negra que se desarrolló al declinar la Atlántida en unas proporciones como nunca después ha vuelto a alcanzar. Se vieron cultos monstruosos. Templos consagrados a serpientes gigantescas, a pterodáctilos vivos que devoraban víctimas humanas. El hombre poderoso se hizo adorar por multitudes de esclavos y de mujeres.

5. Semitas

Los Semitas originales fueron la quinta y más importante raza de las siete razas atlantes, porque en ellos encontramos el primer germen de esa cualidad refrenadora: el pensamiento. Por lo tanto, la raza Semítica original se convirtió en la “simiente de raza” de las siete razas de nuestra Época Aria.

La mente se le dio al hombre en la Época Atlante para que tuviera propósito en la acción; pero como el Ego era excesivamente débil y la naturaleza pasional (de deseos) muy fuerte, la mente naciente se unió al cuerpo de deseos; y de ahí resultó la astucia, causa de todas las debilidades de mediados del último tercio de la Época Atlante.

nsas de su poder sobre la Naturaleza. La mente y el pensamiento permiten al hombre actual ejercitar su poder sobre los minerales y las sustancias químicas, únicamente, porque su mente está todavía en su primer estado, o mineral, de su evolución, como se encontraba su cuerpo denso en el Período de Saturno. Y no puede ejercer el menor poder sobre la vida animal o vegetal. El hombre utiliza en sus industrias maderas y diversas sustancias vegetales, así como ciertas partes del animal. Estas sustancias, en último análisis, son todas materia química animada por la vida mineral, de la que se componen todos los cuerpos, según ya se explicó. Sobre todas esas variedades de combinaciones químico-minerales puede tener dominio actualmente el hombre; pero hasta que haya llegado al Período de Júpiter, no podrá extender su dominio hasta la vida. En ese Período tendrá el poder de obrar y trabajar con la vida vegetal, como lo hacen los Ángeles actualmente, en este Período Terrestre.

uerzas de la Naturaleza estuvieran bajo el dominio del hombre. Los Semitas originales regulaban sus deseos hasta cierto punto por medio de la mente, y en vez de simples deseos mostraban astucia y malicia, medios por los cuales este pueblo trataba de realizar sus fines egoístas. Si bien era un pueblo muy turbulento, aprendieron a refrenar sus pasiones en gran extensión y a realizar sus propósitos por medio de la astucia, más sutil y potente que la simple fuerza bruta. Y descubrieron por vez primera que el cerebro es superior al músculo. (en Inglés: That “brain” is superior to “brawm”) En el transcurso de la existencia de esta raza, la atmósfera de la Atlántida comenzó a aclararse definitivamente, y el punto ya mencionado del cuerpo vital se puso en correspondencia con su compañero del cuerpo denso. La combinación de los sucesos dio al hombre la capacidad de ver los objetos con claridad y nitidez, con contornos bien definidos; pero esto también se obtuvo a expensas de su visión de los mundos internos.

Así que podemos ver y es bueno definir la siguiente ley: nunca se puede hacer el menor progreso sino a costa de alguna facultad que se poseía previamente, la que se reobtiene de nuevo después en una forma más elevada. El hombre construyó su cerebro a costa temporal de su poder de generar sólo, por sí mismo. Con el objeto de adquirir el instrumento con el cual pudiera guiar su cuerpo denso, se sujetó a todas las dificultades, tristezas y dolores que involucran la cooperación necesaria para la perpetuación de la raza; y obtuvo su poder de razonar a costa de la pérdida temporal de su visión espiritual. Mientras que la razón le benefició de muchas maneras, arrojó de él su visión del alma de las cosas que antes le hablaba, y la adquisición del intelecto, que es ahora la más preciosa posesión del hombre, era contemplada con tristeza por los Atlantes, que lamentaban la pérdida de su visión y poder espirituales, pérdida que marcaba su adquisición

Durante las edades anteriores –desde el comienzo del Período de Saturno y a través de los períodos Solar y Lunar hasta las tres evoluciones y media del Período Terrestre (Épocas Polar, Hiperbórea, Lemúrica y primera parte de la Atlante)– el hombre fue guiado por elevados Seres sin que él pudiera hacer la menor elección. En esos tiempos era incapaz de guiarse a sí mismo, no habiendo aún desarrollado una mente propia; pero, por último, llegó el día en que se hizo necesario, para su futuro desarrollo, el que comenzara a guiarse a sí mismo. Debía aprender la independencia y asumir la responsabilidad de sus propios actos. Anteriormente se había visto impulsado a obedecer las órdenes de su Señor; pero ahora sus pensamientos debían separarse de los visibles guías, los Señores de Venus, a quienes había adorado como mensajeros de Dios, y dirigirse a la idea del verdadero Dios, el Creador invisible del Sistema. El hombre debía aprender a adorar y a obedecer las órdenes de un Dios a quien no podía ver.

Su Guía llamó, pues al pueblo y lo reunió, dándole una oración que puede expresarse así: “Anteriormente habéis visto a Aquellos que os guiaban, pero hay Guías de varios grados de esplendor, superiores a aquellos, a quienes no habéis visto, pero que os guiaron siempre, grado por grado, en la evolución de la conciencia. “Exaltado y por encima de todos esos Señores gloriosos está el Dios invisible, que ha creado el cielo y la tierra sobre la que estáis. El ha querido daros dominio sobre toda esta tierra, para que podáis fructificar y multiplicaros en ella. “A este Dios invisible lo debéis adorar, pero debéis adorarlo en Espíritu y en Verdad, y no hacer ninguna imagen de Él, ni tratar de pintarlo semejante a vosotros, porque Él está presente en todas partes y está más allá de toda comparación o similitud. “Si seguís sus preceptos, Él os bendecirá abundantemente y os colmará de bienes. Si os apartáis de sus caminos, os vendrán males. La elección es vuestra. Sois libres; pero debéis sufrir las consecuencias de vuestros propios actos”.

6. Akadios

Los Akadios fueron la sexta y los Mogoles la séptima de las razas atlantes. Estos evolucionaron aún más la facultad de pensar, pero siguieron líneas de razonamiento que los desviaron más y más de la corriente principal de la vida en desarrollo. Los chinomongoles sostienen hasta hoy en día que esos medios anticuados son los mejores. El progreso requiere constantemente nuevos métodos y adaptabilidad que conserve las ideas en un estado fluidico, y, en consecuencia, esas razas decayeron y degeneraron junto con el remanente de las razas atlantes.

7. Mogoles

Conforme las pesadas neblinas de la Atlántida se condensaban más y más, la creciente cantidad de agua fue inundando gradualmente ese continente, destruyendo la mayor parte de la población y las evidencias de su civilización. Pero un gran número se salvó del continente que se sumergía bajo las inundaciones y ganaron la Europa. Las Razas mongólicas son las descendientes de esos refugiados atlantes. Los negros y las razas salvajes de pelo duro y motoso son los últimos remanentes de los lemures.